jueves, 10 de noviembre de 2011

LeYeNdAs dEl lLaNo

 LEYENDAS DEL LLANO




Siempre me ha parecido fascinante la vida de los pueblos ganaderos, más aquí en mi tierra en donde pareciera que el progreso y la tecnología lejos de debilitar sus creencias parecieran haberlas fortalecido aún más, aunque debo confesar que he ido muy pocas veces a los llanos que es como le decimos acá; los llanos venezolanos.

Mi madre nació en éstas tierras y de mi madre he heredado el amor por las bestias, al olor de la tierra mojada y al café cerrero.
Para mí éstas tierras siempre han sido una fuente fascinante de curiosidades y leyendas, que ha ejercido sobre mí una casi temerosa atracción. Allí monté a pelo mi primer caballo y ordeñé - o hice el intento de ordeñar – mi primera vaca, pero también guardo de el los recuerdos de mis primeros miedos.

Con el tiempo he descubierto que el llano no difiere mucho de otras regiones del mundo, también dedicadas a la cría, el ordeño y las actividades agrónomas, sobre todo en cuanto al apego de sus gentes en sus antiquísimas y arraigadas creencias y costumbres que lejos de mitigarse, se han enraizado aún más con el transcurso de los años.

También gracias al llano y a través de la voz de mi madre, escuché las primeras historias sobre los encantos, las ánimas y los espantos, historias que ella solía mitigar lo suficiente para no provocarme pesadillas pero inevitablemente siempre dejando en el aire y en mi alma, el desasosiego que me provocaba saber la existencia de éstos entes.




Con el tiempo, estos recuerdos fueron almacenados en ese lugar donde suelo echar las cosas que olvido. Con el tiempo también descubrí que pese a la fascinación narrativa que mi madre ejercía en mí con sus relatos, ella no era ni es hoy en día, creyente de éstas historias; sin embargo se que al menos un par de historias vividas por ella y por mi tío-su hermano – en carne propia, jamás serán echadas en el cajón del olvido.

Pero hagamos marcha atrás a lo que me llevó a hacer está pequeña incursión en las leyendas llaneras:

Desde hace tiempo sufro de fiebres bastante altas y cuando ello ocurre suelo delirar. Tengo la mala costumbre de dejar subir mis fiebres ya que me provocan cierta sensación de irrealidad que me lleva a mundos fascinantes e insospechados, en este estado suelo tener sueños maravillosos, así que mientras mi cuerpo calenturiento lucha por amilanar la temperatura, mi mente vaga por subyugantes y desconocidos parajes de la entelequia.



Fue entonces que la conocí.

Se apareció una de estas noches de delicioso delirio febril. Apoyada sobre mi cama, una señora que rondaría unos cincuenta años, de tez morena y cabello crespo recogido a la nuca me habló en tono regañino:

- Debes tomar la medicina para que te baje la fiebre.

Me incorporé descubierto y avergonzado.

“Una amiga de mi madre” – pensé –. Tragué las pastillas que había “olvidado” y luego de tomarlas, le pregunté:
- ¿Me viene a inyectar? ¿Quien es usted?
- Yo soy Francisca Duarte

De esa noche, no recordé nunca nada más, pero quedó el resquemor en mi alma al enterarme por mi familia que nadie me había visitado esa noche.

“La fiebre” – pensé -.

Tiempo después, en otra de mis calenturas, la vi de nuevo y su mirada severa bastó para entender porque estaba allí. Esa noche tomé mi medicina, más por temor, que por bajar las fiebres y entonces el otro sueño – el olvidado- vino a mí, con renovada frescura para no irse ya, esto me causó curiosidad pero quizás no lo suficiente, sin embargo; se lo conté a una amiga. 

Fue mi amiga Elida Díaz, quien escuchó mi relato sobre aquel sueño y quien me aclaró, quien era Francisca Duarte. 

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